No me considero un mitómano, quizá porque estoy demasiado acostumbrado a tratar con algún que otro “mito” viviente. Pero reconozco que esta vez se me han puesto los pelos de punta. Ver sobre el escenario a uno de los grandes, a uno de esos que, de verdad, ha hecho del rock&roll historia, no es algo que suceda muy a menudo.

Bilbo
Desde el primer acorde se nota la energía, la experiencia y el saber estar de un tío que lo ha sido todo y que, de hecho, lo sigue siendo. Dylan se sube al escenario con la tranquilidad de haberlo dado ya todo, pero con las ganas de intentar descubrir algo más. Y en ese afán por encontrar nuevas experiencias nos encontramos un concierto único.

Dos horas de rock, de mucho folk, de piano, de harmónica (¡ay esa harmónica!) y sobre todo de voz, de canciones con mensaje, de letras que se te meten dentro y te hacen temblar. De estribillos que has oído mil veces, y que mil veces suenan diferentes. Canciones que te traen viejos recuerdos, canciones que te transportan a otra vida, quizá la que realmente deseas vivir.

Llama la atención el silencio y el respeto con que la gente escucha el comienzo de cada uno de sus poemas hecho canción. Cómo unas notas son suficientes para que las miradas se crucen y no haga falta decir nada más, para que te acuerdes de quienes no están y te gustaría que estuvieran aquí y ahora.

Y es que, efectivamente, 'people are crazy and times have changed'. Quizá sea eso lo que nos falta, volvernos un poco más locos (o más cuerdos, ¿quién sabe?) y cambiar, lanzarnos abismo abajo like a rolling stone y sentir the answer, my friend, which is blowing in the wind.

Lo sé, Bob, lo sé. Amigo Bob, prometo hacerle caso a esa respuesta…

J&B

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