Siempre quise ir a LA… Una frase que me transporta hasta la que será, algún día, canción de la semana. Lo que no podía imaginar es que cumplir el sueño de estar en Los Ángeles iba a tener otras muchas sorpresas.

Mi trabajo quiso que mi aterrizaje en Sziget tenga que retrasarse a la edición número 21, y que además me colocara a más de diez mil kilómetros del campamento de los niños perdidos. Pero el destino, la casualidad o como lo queráis llamar, a veces, premia algunos sacrificios con ciertas recompensas.

Era mi última noche en Los Ángeles, eran las siete de la tarde. Era, en definitiva, la hora y el lugar adecuado. Llovidas del cielo caían en mis manos dos entradas para el concierto de Aerosmith en el Hollywood Bowl. Aerosmith!!!! Tenía el tiempo justo para terminar el trabajo, pasar por el hotel y rezar para que el endiablado tráfico angelino no me estropeara el plan. A media hora de empezar el concierto, el taxista que me recoge tuerce el gesto. Le prometo la mejor propina del día y el tío se porta, callejea, acelera y me deja a las nueve en punto en la puerta.

Steve y sus chicos se retrasan esos elegantes cinco minutos que a mi me permiten llegar hasta mi asiento. Draw the line me recibe. Todavía no había nacido y los chicos malos de Boston ya estaban dando guerra. El sonido de guitarra es inconfundible, la voz de Steve, también. Sigo sentando asimilando delante de quién estoy hasta que la letra de Livin’ on The Edge me levanta del asiento. Esto ya no hay quien lo pare. Last Child hace que las pantallas de los móviles iluminen el anfiteatro. Es el turno de Joey Kramer, su batería y él frente a 18000 enfervorizados. Un sólo que Steve interrumpe para tocar a cuatro manos. Un solo que sigue, literalmente, a dos manos. Y digo literalmente porque Joey ha lanzado sus baquetas y toca con sus brazos. This is Rock!

Rag Doll arranca la segunda parte del concierto. Boogie Man me devuelve a esa cinta en mi walkman con el Get a Grip taladrándome los tímpanos. Steve no deja de mover el pie del micro con esa bufanda atada ondeando en la noche angelina. What it Takes suena tal y como me la había imaginado en directo tantas y tantas veces. Y Steve me lleva a su lado, Come Together (Right now!). Me quedo ronco gritando que sí, que vengas junto a mi. El final del concierto me traslada a los convulsos 70. Sweet Emotion y Walk This Way enlazadas sin transición. Ese es el camino por el que hay que andar.

Ha pasado una hora y cuarenta y cinco minutos y creo que sigo con la boca abierta. Pestañeo por primera vez y aparece Steve, de nuevo, sobre el escenario, impecablemente vestido de blanco sentado al piano. Soñar, seguir soñando. Dream On suena todavía mejor que cuando lo hizo por primera vez allá por 1973, cuando apareció aquel album con una misteriosa palabra en la carátula Aerosmith. Steve se sube encima del piano y la gente estalla en un grito único.
Se puede pedir más? El cierre, lo echan con otro clásico. Train Kept A Rollin’. Junto a los cinco rockeros, un figura misteriosa con sombrero ejecutando de manera impecable el solo de guitarra. Es la sorpresa final, es Johnny Deep.

La luna reina sobre el cielo de Los Ángeles y yo camino sobre las estrellas de Hollywood Blvd en busca de un taxi que me lleve de regreso por Sunset Blvd. Bros, I Need Your Wings.

J&B


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