Me encuentro en una sala de convenciones dentro del hotel Bali de Benidorm, el más alto de Europa, entrevistando al organizador de un evento que allí se está celebrando. Cualquiera diría que me encuentro en un congreso y que, con quien estoy sentado, es uno de esos nuevos gurús de los negocios, o un charlatán que nos dice cómo hacer las cosas y ser feliz, o un científico, o el presidente de una prestigiosa multinacional... y no. Me encuentro con Héctor, empleado de banca de profesión, rockero por vocación y alma máter de esta idea llena de ilusión y trabajo llamada Ubangi Stomp Festival.
Este festival se trata de una pequeña joyita escondida para los amantes de la cultura rockabilly y de la música americana de los años 50 y 60. Una evento que ya va por la octava edición y que congrega la mayor concentración de tupés, brillantina, zapatos de gamuza azul y vestidos con vuelo desde el baile de graduación de Regreso al Futuro.
Tras enterarnos de su existencia, Los Festivaleros pedimos acreditaciones y recibimos una rapidísima respuesta positiva. Al llegar al hotel Bali, encontrábamos en la puerta un coche de esos que uno ya sólo puede ver circulando en las calles de La Habana (eso sí, este se encontraba en mucho mejor estado). Subimos por las escaleras del mastodóntico hotel y llegamos a su hall. Allí se arremolinaban los habituales de la ciudad de Benidorm, como los pensionistas que llenaban el autobús del Imserso o las guiris de despedida de soltera, con una curiosísima prole de personajes recién sacados de la Tennesse de los 50. Decidimos seguirles y llegamos a un salón de convenciones donde nos aguardaba el festival. Muy modesto, sí. Quizás bastante para lo que estamos acostumbrados para un festival, pero más que suficiente. Allí, no sólo se podía encontrar la típica barra, escenario y cabina de dj, sino también gran cantidad de puestos donde encontrar productos llenos del espíritu del rock primigenio: ropa, complementos, regalos mil... y, lo mejor, una cuidada selección de discos clásicos. Nos daba la sensación de que, si aún queda algún lugar donde encontrar una joya musical, ese era el sitio.
Tras saltar en el túnel del tiempo, comenzaba el primer concierto: los Del Prince, un divertido grupo de doo wop que amenizaba el pistoletazo de salida mientras nos dedicábamos a ojear entre los discos, los vestidos, o las hebillas rockeras. Después de ellos actuaron los, para nosotros, mejor grupo de la jornada: los True Lover Trio. Sonido rascado, bailongo y, sobre todo, servido en bandeja de plata por el cantante, un auténtico animal de escenario. Es entonces cuando descubrimos con grandísimo agrado que el suelo había sido encerado para la ocasión, haciendo sentir al más arrítmico que sabía bailar. Cierto es que, tras compararte con los hachas del baile que allí se reunieron, daban ganas de sentarse y pasar desapercibido.
Cerró la noche uno de los cabezas de cartel, Royce Porter, señor de avanzada edad que debe de ser una eminencia, porque muchos de los asistentes se agolpaban para estar junto a esta leyenda del rock. Lo mejor: su actitud chulesca y el piano salvaje que acompañaba a la banda, y que nos transportaba a los tiempos de Jerry Lee Lewis.
Al día siguiente, puede decirse que estábamos en familia. Muchos de los asistentes ya nos sonaban del día anterior. Pero no, no creáis que repetían atuendo, porque tenían percha para todo el fin de semana. Era su fin de semana. Héctor nos contó que, muchos de los asistentes, más que “disfrazarse” para la ocasión, eran así en su día a día, auténticos rockabillys. Desde entonces estoy deseando encontrarme a un notario rockero.
El público, al igual que el día anterior, estaba claramente dividido entre los ases del baile que sacaban todo el partido a la cera de la pista y los seguidores acérrimos del rockabilly, que aprovechaban la oportunidad única de ver a sus ídolos, permaneciendo concentrados delante del escenario.
De esta segunda jornada debemos destacar a los finlandeses The Barnshakers, maestros del rythm & blues, a Mike Waggoner, otro hijo de la época dorara del rock & roll, y la sin duda banda más cañera del festival: The Hi-Winders. Desde luego, esta fue el grupo que más transmitió lo que es la esencia loca y salvaje del rock & roll. Su show, todo un espectáculo por el que merecía la pena esperar.
En resumen, un fin de semana diferente que nos consiguió transportar a la mitad del siglo pasado en algún lugar entre California y Nueva Jersey. Solo que no, se trataba de Benidorm. Aunque, lo realmente interesante, lo que queda en el poso de la sensación, es el trabajo, la dedicación y la pasión que se esconde tras el Ubangi Stomp: un sueño de un grupo de amigos aficionados a una cultura y a una época, y que se ha hecho realidad por octavo año consecutivo. Una actividad hecha por amor al arte más que por dinero y que ha permitido a sus organizadores traer a España, conocer, o incluso llegar a tocar junto a sus ídolos de juventud. La ilusión en los ojos de nuestro amigo Héctor, exactamente igual a la de un niño, es el mejor testigo de ello.
¡Larga vida al rock & roll!
Miguel Buendía
Este festival se trata de una pequeña joyita escondida para los amantes de la cultura rockabilly y de la música americana de los años 50 y 60. Una evento que ya va por la octava edición y que congrega la mayor concentración de tupés, brillantina, zapatos de gamuza azul y vestidos con vuelo desde el baile de graduación de Regreso al Futuro.
Tras enterarnos de su existencia, Los Festivaleros pedimos acreditaciones y recibimos una rapidísima respuesta positiva. Al llegar al hotel Bali, encontrábamos en la puerta un coche de esos que uno ya sólo puede ver circulando en las calles de La Habana (eso sí, este se encontraba en mucho mejor estado). Subimos por las escaleras del mastodóntico hotel y llegamos a su hall. Allí se arremolinaban los habituales de la ciudad de Benidorm, como los pensionistas que llenaban el autobús del Imserso o las guiris de despedida de soltera, con una curiosísima prole de personajes recién sacados de la Tennesse de los 50. Decidimos seguirles y llegamos a un salón de convenciones donde nos aguardaba el festival. Muy modesto, sí. Quizás bastante para lo que estamos acostumbrados para un festival, pero más que suficiente. Allí, no sólo se podía encontrar la típica barra, escenario y cabina de dj, sino también gran cantidad de puestos donde encontrar productos llenos del espíritu del rock primigenio: ropa, complementos, regalos mil... y, lo mejor, una cuidada selección de discos clásicos. Nos daba la sensación de que, si aún queda algún lugar donde encontrar una joya musical, ese era el sitio.
Tras saltar en el túnel del tiempo, comenzaba el primer concierto: los Del Prince, un divertido grupo de doo wop que amenizaba el pistoletazo de salida mientras nos dedicábamos a ojear entre los discos, los vestidos, o las hebillas rockeras. Después de ellos actuaron los, para nosotros, mejor grupo de la jornada: los True Lover Trio. Sonido rascado, bailongo y, sobre todo, servido en bandeja de plata por el cantante, un auténtico animal de escenario. Es entonces cuando descubrimos con grandísimo agrado que el suelo había sido encerado para la ocasión, haciendo sentir al más arrítmico que sabía bailar. Cierto es que, tras compararte con los hachas del baile que allí se reunieron, daban ganas de sentarse y pasar desapercibido.
Cerró la noche uno de los cabezas de cartel, Royce Porter, señor de avanzada edad que debe de ser una eminencia, porque muchos de los asistentes se agolpaban para estar junto a esta leyenda del rock. Lo mejor: su actitud chulesca y el piano salvaje que acompañaba a la banda, y que nos transportaba a los tiempos de Jerry Lee Lewis.
Al día siguiente, puede decirse que estábamos en familia. Muchos de los asistentes ya nos sonaban del día anterior. Pero no, no creáis que repetían atuendo, porque tenían percha para todo el fin de semana. Era su fin de semana. Héctor nos contó que, muchos de los asistentes, más que “disfrazarse” para la ocasión, eran así en su día a día, auténticos rockabillys. Desde entonces estoy deseando encontrarme a un notario rockero.
El público, al igual que el día anterior, estaba claramente dividido entre los ases del baile que sacaban todo el partido a la cera de la pista y los seguidores acérrimos del rockabilly, que aprovechaban la oportunidad única de ver a sus ídolos, permaneciendo concentrados delante del escenario.
De esta segunda jornada debemos destacar a los finlandeses The Barnshakers, maestros del rythm & blues, a Mike Waggoner, otro hijo de la época dorara del rock & roll, y la sin duda banda más cañera del festival: The Hi-Winders. Desde luego, esta fue el grupo que más transmitió lo que es la esencia loca y salvaje del rock & roll. Su show, todo un espectáculo por el que merecía la pena esperar.
En resumen, un fin de semana diferente que nos consiguió transportar a la mitad del siglo pasado en algún lugar entre California y Nueva Jersey. Solo que no, se trataba de Benidorm. Aunque, lo realmente interesante, lo que queda en el poso de la sensación, es el trabajo, la dedicación y la pasión que se esconde tras el Ubangi Stomp: un sueño de un grupo de amigos aficionados a una cultura y a una época, y que se ha hecho realidad por octavo año consecutivo. Una actividad hecha por amor al arte más que por dinero y que ha permitido a sus organizadores traer a España, conocer, o incluso llegar a tocar junto a sus ídolos de juventud. La ilusión en los ojos de nuestro amigo Héctor, exactamente igual a la de un niño, es el mejor testigo de ello.
¡Larga vida al rock & roll!
Miguel Buendía
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